En el camino para convertirse en un líder exitoso, todos necesitamos un poco de inspiración. A veces, las mejores lecciones de liderazgo no provienen de manuales o seminarios, sino de historias y metáforas sencillas. Historias que desafían nuestra forma de pensar y nos iluminan el mensaje que deseamos transmitir.
En este post te traigo una serie de esas historias y metaforas cortas que puedes utilizar para ilustrar una idea en las charlas con tu equipo. No son solo entretenidas, son herramientas útiles, destinadas a potenciar tu mensaje. Quién sabe, tal vez entre ellas encontrarás la inspiración que necesitas para llevar tu liderazgo al siguiente nivel.
El poder de la actitud para encontrar propósito en el trabajo
En un pequeño pueblo, había dos albañiles trabajando en la construcción de una iglesia. Un día, un extraño se acercó a uno de los albañiles y le preguntó: “Disculpa, buen hombre, ¿qué estás haciendo aquí?”.
El albañil, con una expresión cansada en su rostro, respondió: “Estoy poniendo ladrillos en la pared, uno tras otro. Es solo un trabajo más”.
El extraño se quedó pensativo por un momento y luego se acercó al segundo albañil, que parecía más animado y entusiasmado con su trabajo. Le hizo la misma pregunta: “Disculpa, buen hombre, ¿qué estás haciendo aquí?”.
El segundo albañil, con una sonrisa en su rostro y una chispa en sus ojos, respondió: “Estoy construyendo una catedral. Cada ladrillo que pongo es parte de algo mucho más grande y significativo. Estoy contribuyendo a la creación de un lugar donde las personas podrán encontrar consuelo, fe y esperanza”.
La historia del ladrillo en la pared nos enseña que no importa cuán pequeña o insignificante pueda parecer una tarea, siempre podemos encontrarle un propósito y un significado más profundo. Nos recuerda que incluso en las situaciones aparentemente rutinarias, podemos encontrar satisfacción y significado al reconocer cómo nuestras acciones contribuyen a un objetivo más grande.
Cada acción cuenta, por pequeña que sea
En un cálido día de verano, en una hermosa playa bañada por el sol, un niño caminaba con pasos ligeros y curiosos. A medida que avanzaba por la orilla, su mirada se posó en algo que lo llenó de asombro y tristeza. La arena estaba cubierta de estrellas de mar, varadas por la marea baja y expuestas al ardiente sol.
El niño sabía que las estrellas de mar necesitaban el agua del océano para sobrevivir. Sin embargo, el número de estrellas de mar era abrumador. A simple vista, parecía una tarea imposible rescatarlas a todas. Muchas personas pasaban junto a ellas sin detenerse, resignadas ante la magnitud del desafío.
Pero este niño tenía una chispa de determinación y compasión en sus ojos. Se agachó, tomó una estrella de mar en sus manos y la lanzó con delicadeza de vuelta al mar. Repitió este gesto una y otra vez, una estrella de mar tras otra, cada una recibiendo un suave retorno a su hábitat natural.
Un hombre mayor que paseaba por la playa se acercó al niño y, con un tono de desaliento, le dijo: “Pequeño, ¿qué estás haciendo? Mira a tu alrededor, hay miles de estrellas de mar aquí. ¿Cómo puedes marcar la diferencia?”
El niño, sin dudarlo, tomó otra estrella de mar en sus manos y la lanzó al agua. Luego, miró al hombre con ojos llenos de convicción y dijo: “Para esta estrella de mar, sí marca una diferencia”.
La historia nos desafía a mirar más allá de la magnitud de los problemas y enfocarnos en las oportunidades para hacer el bien en nuestras vidas. Nos inspira a ser personas de acción, a no quedarnos pasivos frente a la adversidad, sino a tomar medidas concretas, sin importar cuán pequeñas sean, para marcar una diferencia positiva. Cada acto de bondad, incluso si parece insignificante en comparación con el panorama general, puede generar un impacto duradero en las vidas de aquellos a quienes tocamos.
Quienes somos determina como vemos a los demás
Un viajero que se acercaba a una ciudad grande preguntó a un anciano sentado junto al camino:
«¿Cómo es la gente en esta ciudad?»
«¿Cómo eran alIá, de donde usted viene?» preguntó el hombre.
«Terribles -contestó el viajero-. Desconsiderados, deshonestos, detestables en todo sentido».
«Ah -dijo el anciano-, esa es la clase de gente que va a encontrar en esta ciudad».
Apenas acababa de irse el viajero cuando llegó otro a averiguar sobre la gente de esa ciudad. De nuevo, el anciano Ie preguntó cómo era la gente en el lugar que acababa de dejar el viajero.
«Eran gente honesta, decente, trabajadora y generosa» decIaró el segundo viajero. «Me dio tristeza dejar el lugar».
«Pues esa es la misma cIase de gente que encontrara aquí» -respondió el anciano.
La manera como vemos a los demás es un reflejo de nosotros mismos. Nuestra personalidad se trasluce cada vez que hablamos acerca de los demás e interactuamos con ellos. Alguien que no nos conozca podrá decir mucho acerca de nosotros basándose en una simple observación.
El líder apunta a un blanco invisible para los demás
Kobun Chino, maestro japonés de kyudo —el arte Zen del tiro con arco—, fue, en cierta ocasión, invitado a demostrar sus habilidades en el Instituto Esalen, el célebre centro de estudios para adultos ubicado en Big Sur (California), en la misma carretera que conduce al centro de retiros de Tassajara del Centro Zen de San Francisco.
Llegado el día, alguien colocó una diana en la parte más alta de una loma cubierta de hierba, situada en un alto acantilado junto al océano Pacífico. Chino se alejó a una distancia considerable del blanco, colocó sus pies en la posición tradicional del arquero, enderezó la espalda, tensó muy lentamente su arco, esperó un rato y, finalmente, disparó.
La flecha pasó silbando por encima del blanco y se dirigió hacia el cielo para acabar cayendo al océano. «¡Blanco!» —gritó entonces, alborozado, Kobun Chino, dejando atónito al público. Y es que, como dijo, en cierta ocasión Arthur Schopenhauer, «el genio es el que acierta en una diana invisible para otros».
Kobun Chino era el maestro Zen del difunto Steve Jobs, el conocido director general de Apple Computer. Entre los blancos invisibles en que acertó Jobs, se halla el innovador concepto, por aquel entonces, de un ordenador accesible a todo el mundo (y no solo a los entendidos), una idea ajena a todas las empresas informáticas de la época.
Creer en nuestro potencial, mantenerse firmes y tener fe en el proceso
En las tierras lejanas de China, cuando un agricultor planta una semilla de bambú, se enfrenta a una prueba de paciencia y fe. Durante los primeros años, el bambú parece no mostrar ningún signo de vida visible. El agricultor riega y cuida diligentemente la semilla, pero no ve ningún brote rompiendo la superficie de la tierra. En ese momento, algunos podrían sentirse frustrados y desilusionados, pensando que sus esfuerzos han sido en vano.
Sin embargo, el sabio agricultor comprende el poder de la paciencia y sigue nutriendo la semilla con amor y atención. Él sabe que algo está sucediendo bajo tierra, aunque no pueda verlo. Sabe que el bambú está desarrollando un sistema de raíces fuertes y extensas, preparándose para el crecimiento explosivo que está por venir.
A medida que los años pasan, el agricultor persevera en su cuidado. Entonces, cuando todos menos lo esperan, ocurre un milagro. De repente, el suelo se rompe y emerge un pequeño brote de bambú. Pero eso es solo el comienzo. En solo unas pocas semanas, el brote crece rápidamente y se convierte en un majestuoso tallo de varios metros de altura. Es como si todo el crecimiento se hubiera acumulado durante esos años de aparente inactividad.
La historia del bambú chino nos enseña una lección poderosa sobre la importancia de la perseverancia y la fe en los momentos de aparente falta de progreso. Al igual que el bambú, a veces pasamos por períodos en los que parece que nuestros esfuerzos no están dando frutos. Podemos sentirnos desanimados y tentados a abandonar nuestros sueños y metas. Sin embargo, la historia del bambú nos recuerda que el éxito real lleva tiempo. Necesitamos cultivar nuestras raíces, desarrollar nuestra base sólida y nutrir nuestros sueños, incluso cuando no vemos resultados inmediatos.
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Seamos adaptables a los cambios
Hace muchos años, en la antigua China, un agricultor solitario vivía en las laderas de una gran montaña. Su preciado bien era un caballo blanco, un corcel magnífico que era la envidia de todo el pueblo. Un día, su caballo escapó y desapareció en la vasta cordillera. Los vecinos, al enterarse, visitaron al agricultor, lamentándose de su terrible suerte. Pero el agricultor simplemente respondió: “¿Buena suerte, mala suerte? ¿Quién sabe?”
Unas semanas más tarde, el caballo regresó, y no lo hizo solo. Había encontrado una manada de caballos salvajes y los guió hasta la granja. Ahora, el agricultor tenía una docena de caballos, una inesperada fortuna. Nuevamente, los vecinos se reunieron para celebrar su golpe de suerte. Pero, una vez más, el agricultor respondió: “¿Buena suerte, mala suerte? ¿Quién sabe?”
Días después, mientras intentaba domar uno de los caballos salvajes, el hijo del agricultor fue derribado y se rompió una pierna. Los vecinos se compadecían de la mala suerte del agricultor, pero la respuesta fue la misma: “¿Buena suerte, mala suerte? ¿Quién sabe?”
Finalmente, una guerra estalló y todos los jóvenes del pueblo fueron reclutados para luchar, muchos de ellos encontrando la muerte en el campo de batalla. Sin embargo, el hijo del agricultor, con la pierna rota, fue excluido del reclutamiento. Los vecinos no podían creer la increíble suerte del agricultor.
La historia nos enseña que no podemos prever las consecuencias a largo plazo de lo que podría parecer buena o mala suerte. La adaptabilidad es vital porque nos permite navegar a través de los cambios inevitables en la vida y transformar lo que podría parecer mala suerte en una oportunidad inesperada. En este mundo en constante cambio, aquellos que son adaptables tienen mayor capacidad para enfrentar y superar los desafíos que la vida presenta.
La importancia de aprender de nuestros errores
Hace muchos años, en un pequeño pueblo de la antigua China, vivía un aprendiz de ceramista llamado Li. El maestro de Li era un reconocido ceramista que había sido el creador de algunas de las piezas más bellas y valoradas de la región.
Un día, el maestro encargó a Li una tarea de enorme importancia: debía crear una gran vasija que sería el centro de una exposición en la capital. Aunque Li estaba nervioso, aceptó el desafío, decidido a dar lo mejor de sí mismo.
Durante días y noches, Li trabajó en la vasija, poniendo todo su empeño y dedicación en cada detalle. Sin embargo, cada vez que la vasija estaba a punto de estar terminada, surgía alguna imperfección y Li tenía que comenzar de nuevo.
Desesperado y lleno de frustración, Li fue con su maestro y le dijo que renunciaba a la tarea. El maestro, sin embargo, sonrió y le dijo a Li que volviera al taller. “Pero maestro, no puedo. He fallado una y otra vez”, protestó Li. El maestro le respondió, “Li, ¿acaso no te das cuenta? Cada vez que has fallado, has aprendido algo nuevo. Cada error que has cometido te ha acercado un paso más a la perfección.”
Inspirado por las palabras de su maestro, Li volvió al taller. Trabajó en la vasija con más determinación y finalmente creó una pieza de cerámica exquisita, digna de ser el centro de cualquier exposición.
Como decía Thomas A. Edison, “No he fallado. Simplemente he encontrado 10.000 formas que no funcionan”. La verdadera sabiduría radica en aprender de nuestros errores y convertir cada fallo en una nueva oportunidad para mejorar.
La importancia de ver el valor en nosotros mismos
Había una vez un anciano que, mientras paseaba por la orilla del río, se encontró con una piedra muy común y corriente. Aunque a simple vista no parecía tener nada especial, el anciano la recogió y la llevó a su casa. Resulta que este hombre era un famoso lapidario, experto en tallar y pulir gemas.
Observó la piedra detenidamente y, aunque para cualquiera parecía solo una roca ordinaria, él vio algo más allá. Pasó días y noches tallándola y puliéndola hasta que, al final, reveló una espléndida esmeralda.
Cuando terminó, llevó la joya al mercado. Los transeúntes quedaron asombrados con su hallazgo y preguntaron al anciano cómo pudo haber visto una esmeralda en lo que parecía ser una simple piedra. Él simplemente sonrió y respondió: “El valor siempre ha estado ahí, solo necesitaba ser descubierto y pulido”.
Esta historia sirve como una metáfora para nuestro mensaje: a menudo, podemos vernos a nosotros mismos como simples piedras, sin valor. Pero si nos tomamos el tiempo para descubrir y pulir nuestros talentos y habilidades, podemos revelar nuestra verdadera valía, la esmeralda que llevamos dentro.
Alcancemos nuestro máximo potencial
Una vez hubo una joven águila que vivía entre una bandada de pollos de granja. Desde que era un polluelo, había sido criado por los pollos y, por lo tanto, había crecido creyendo que era uno de ellos.
Cada día, el águila picoteaba el suelo en busca de granos de maíz y gusanos, tal como lo hacían sus compañeros de granja. A pesar de sus grandes alas, nunca volaba más alto que el techo del granero, porque eso era lo que los otros pollos hacían.
Un día, un sabio hombre pasó por la granja y notó al águila. Al ver a la majestuosa ave confinada a la vida en el suelo, el hombre le dijo al águila: “¿Por qué te limitas a vivir aquí en la tierra con los pollos, cuando puedes volar alto en el cielo y ver el mundo desde las alturas? Eres un águila, el rey de los pájaros. Tienes el potencial para volar hasta el sol”.
Pero el águila, que creía que era un pollo, respondió: “Soy un pollo, nací para picotear el suelo y no para volar alto en el cielo”.
El hombre, sin embargo, no se dio por vencido. Durante varios días, alentó al águila a dejar de lado sus creencias limitantes y a probar su potencial. Finalmente, después de mucho esfuerzo y estímulo, el águila se atrevió a batir sus enormes alas. Pronto, encontró que podía elevarse por encima de la granja y volar alto en el cielo. Al ver el mundo desde las alturas, se dio cuenta de que había estado viviendo muy por debajo de su verdadero potencial.
Esta historia nos enseña que, al igual que el águila, a menudo vivimos por debajo de nuestro máximo potencial. Pero con coraje y estímulo, podemos aprender a volar alto y alcanzar las alturas que siempre estuvimos destinados a alcanzar.
La queja nos priva del disfrute y la belleza del proceso
Había una vez un carpintero de la antigua China que era famoso por la calidad y belleza de su trabajo. Un día, un rico terrateniente le pidió que construyera una casa en una colina con vistas al río. El carpintero aceptó el trabajo, pero durante su realización se mostró quejoso y descontento, argumentando sobre las malas condiciones de trabajo, el mal clima, los materiales inadecuados, y criticando la ubicación del lugar elegido por el terrateniente para la casa.
A pesar de su constante queja, el carpintero era muy hábil, y la casa se acabó a tiempo y con una belleza y calidad asombrosas. Una vez finalizada la construcción, el terrateniente vino a ver la casa y quedó muy impresionado. Entonces le dijo al carpintero: “Has hecho un trabajo excepcional, como siempre. Te admiro por tus habilidades y dedicación. En agradecimiento, quiero darte esta casa como regalo”.
El carpintero quedó atónito. Si hubiera sabido que estaba construyendo su propia casa, habría trabajado con alegría y entusiasmo, sin quejas. Habría elegido los mejores materiales y habría disfrutado cada momento del proceso.
Esta historia nos recuerda que la vida es como esa casa. Cada día construimos nuestro propio destino con nuestras actitudes y acciones. Si elegimos vivir en un estado constante de queja, nos estamos privando del disfrute y la belleza de la vida. En cambio, si adoptamos una actitud positiva y dejamos de quejarnos, podemos descubrir que la vida que estamos construyendo es más maravillosa de lo que podríamos haber imaginado.
Nuestro valor como personas nunca se pierde
En más de una ocasión, el famoso conferencista Gary Smalley hizo algo que cautivó al público. Ante una audiencia de casi diez mil personas, Gary sostuvo en su mano un billete de cincuenta dólares e hizo una pregunta:
«¿Quién quiere este billete de cincuenta dólares?» Muchos levantaron sus manos.
«Voy a darle estos cincuenta dólares a uno de ustedes», siguió diciendo, «pero primero permítanme hacer esto». Y procedió a arrugar el billete. Luego preguntó: «¿Lo quiere alguien todavía?» Las mismas manos seguían levantadas.
«Bien» dijo. «¿Qué tal si hago esto?» Lo tiró al suelo y lo aplastó con el zapato. Se agachó, lo recogió y lo levantó, todo sucio y arrugado. «Y ahora ¿alguien todavía lo quiere?» Todavía muchas manos seguían levantadas.
«Ustedes han aprendido una lección valiosa» dijo. «No importa lo que yo haga con el billete, ustedes todavía lo quieren porque no se ha devaluado. Todavía vale cincuenta dólares».
La simple ilustración de Gary recalca una verdad profunda. Muchas veces en nuestra vida nos arrugamos, caemos y nos ensuciamos con las decisiones que hacemos o las circunstancias que enfrentamos. Puede que nos sintamos sin valor, insignificantes ante nuestros ojos y ante los ojos de los demás. Pero no importa lo que haya pasado o lo que suceda después, nuestro valor de seres humanos nunca se pierde. No hay nada que pueda quitarnos ese valor. No lo olviden nunca.
La actitud define el resultado
Hay una historia de dos vendedores de zapatos que fueron enviados a una isla a vender. El primero, apenas llegó, se sintió desalentado al darse cuenta que nadie, en la isla, usaba zapatos. Inmediatamente envió un telegrama a su oficina en Chicago diciendo: «Regresaré mañana. Nadie usa zapatos aquí».
El segundo vendedor se emocionó mucho cuando vio lo mismo. Inmediatamente envió un telegrama a su oficina en Chicago, diciendo: «Por favor, envíenme 10,000 pares de zapatos. Todo el mundo aquí los necesita».
Muchas veces somos culpables de contemplar los retos de nuestro futuro como el ocaso de la vida antes que como el amanecer de una brillante nueva oportunidad. La historia de los dos zapateros nos enseña cómo nuestra perspectiva puede tener un impacto en nuestros resultados. Mientras Juan vio la llegada de la fábrica de zapatos como una amenaza, Carlos la vio como una oportunidad. Como dijo el sabio Carlos, “En cada desafío hay una oportunidad. Solo necesitamos la visión para verla”.
La importancia de mantener una actitud positiva y de perseverancia
Durante la fiebre del oro en el siglo XIX, un hombre llamado R.U. Harby dejó todo lo que tenía en Maryland y se dirigió al oeste, al estado de Colorado. Estaba convencido de que se haría rico rápidamente. Comenzó a trabajar, picando y cavando con fervor, y tras un tiempo, descubrió una veta de oro. Necesitaba maquinaria pesada para extraer el oro, así que se cubrió de deudas y compró todo el equipo que necesitaba.
Los primeros carros de mineral extraídos estaban llenos de oro, pero luego, la veta de oro desapareció. Trabajó sin cesar, pero no encontró nada. Desesperado y agobiado por las deudas, vendió todo su equipo a un chatarrero y regresó a Maryland.
El chatarrero decidió contratar a un geólogo para que examinara la mina. Después de una inspección cuidadosa, el geólogo informó que la veta de oro estaba a sólo tres pies del lugar donde R.U. Harby había dejado de cavar.
El chatarrero volvió a trabajar en la mina y se hizo millonario con solo tres pies más de excavación.
Como Thomas Edison dijo una vez: “Muchos de los fracasos de la vida son de personas que no se dieron cuenta de lo cerca que estaban del éxito cuando se rindieron”. La perseverancia y la actitud positiva son claves para alcanzar nuestros objetivos.
Quienes somos determina como vemos las cosas
Un habitante de Colorado se mudó a Texas y construyó una casa con una ventana panorámica que Ie permitía ver cientos de kilómetros de pradera. A la pregunta de si disfrutaba el paisaje, el respondió: «El único problema es que no hay nada que ver». Al mismo tiempo, un oriundo de Texas se mudó a Colorado y construyó una casa con una ventana panorámica que daba hacia las Montañas Rocosas. Le preguntaron si Ie gustaba y dijo: «El único problema de este lugar es que no se puede ver el paisaje porque esas montañas lo tapan todo».
La historia puede ser un poco exagerada, pero demuestra algo que es muy cierto. Lo que uno ve esta influenciado por lo que uno es. Varias personas en el mismo recinto tendrán las mismas cosas ante sus ojos y verán todo de manera totalmente distinta según como es por dentro.
Quienes somos determina como vemos la vida
Un abuelo dormía profundo en el sofa cuando sus nietos pequeños decidieron hacerle una jugada. Fueron a la nevera y sacaron un pedazo de queso de olor bastante fuerte. Restregaron un pedazo en el bigote del abuelo sin que se diera cuenta y corrieron a esconderse para ver que pasaría.
Después de un rato, la nariz del anciano empezó a sacudirse, luego su cabeza empezó a ir de un lado a otro. Por fin el abuelo quedó sentado de un brinco en el sofá, y con mirada de asco dijo: «¡Algo apesta!»
Se levantó, entró a la cocina y después de oler por todas partes dijo:
«Aquí también apesta».
En ese momento, decidió salir de la casa para respirar aire fresco, pero al abrir la boca volvió a percibir el mal olor y se lamentó diciendo:
«¡Todo el mundo apesta!»
¿La moraleja de la anécdota? Para una persona que tenga queso apestoso debajo de la nariz, ¡todo apesta! La buena noticia para el abuelo es que él puede quitarse el mal olor con jabón y agua, y así todo volverá a la normalidad. En cambio, una persona que lleve el mal olor por dentro tiene una tarea más difícil por delante. La única manera de cambiar nuestra forma de ver la vida es cambiar lo que somos por dentro.
El comportamiento de la gente se define por su experiencia
En cierta ocasión un grupo de aldeanos dio estas instrucciones a su joven pastor: «Cuando veas un lobo, grita lobo y vendremos con escopetas y piquetas».
Al día siguiente el niño cuidaba sus ovejas cuando vio un león en la distancia. Gritó: «iLeón! iLeón!», pero nadie vino. El león mató a varias ovejas y el joven pastor quedó desconsolado. «¿Por qué no vinieron cuando los llame?», preguntó a los aldeanos. «No hay leones en esta región del país», contestaron los más ancianos. «Es de los lobos que debes estar atento».
El joven pastor aprendió una lección valiosa: las personas responden a lo que están preparadas y dispuestas a creer, y lo que las prepara para recibir lo que creen es su experiencia.
Todo lo que hemos experimentado contribuye a definir quienes somos ahora. La próxima vez que creamos que estamos ante una persona necia o falta de entendimiento, recordemos que la mayoría de las veces no es un comportamiento deliberado, si no el resultado de su experiencia de vida, por lo que debemos ser tolerantes.
Elijamos con quien pasar el tiempo
En una de las tiras cómicas de Snoopy de Charles Schulz, Charlie Brown descansa la cabeza en sus manos mientras se reclina contra la pared, con aspecto miserable. Su amiga Lucy se acerca.
-¿Otra vez desanimado, Charlie Brown?
Charlie Brown ni siquiera responde.
-¿Sabes cuál es tu problema? -pregunta Lucy-. Sin esperar una respuesta anuncia: El problema contigo es que ¡tú eres tú!
-Bueno, pero ¿que puedo hacer al respecto? -pregunta Charlie Brown.
-No me creo capaz de aconsejar a nadie -contesta Lucy-. iSencillamente señalo el problema!
Si Charlie Brown quisiera mejorarse a sí mismo, quizas un buen punto de partida sería conseguirse una nueva amiga. Una de las cosas mas importantes que haremos jamás es elegir a nuestros amigos y compañeros. La gente positiva y de carácter íntegro sería una buena influencia. La gente negativa con carácter cuestionable sería un lastre en nuestras vidas.
Yo soy la primera persona a quién debo cambiar
En las criptas de la abadía de Westminster, se encontraron las siguientes palabras escritas en la tumba de un obispo anglicano que vivió en el siglo XI: «Cuando era joven y libre, mi imaginación no tenía límites y soñaba con cambiar el mundo. Al volverme más viejo y sabio, descubrí que el mundo no cambiaría, así que cambié mi visión y decidí que solo cambiaría mi país, pero después de un tiempo esto también pareció imposible. Al llegar a mis últimos años, en un último intento desesperado, me contenté con cambiar nada más que mi familia, los mas allegados a mí, pero he aquí que ninguno quiso acceder. Ahora en mi lecho de muerte me he dado cuenta de lo siguiente: Si tan solo me hubiera cambiado primero a mí mismo, entonces con mi ejemplo habría cambiado a mi familia, a partir de cuya inspiración y ánimo, habría sido capaz de mejorar a mi país, y quién sabe, hasta habría podido cambiar mi mundo».
La gente que experimenta dificultades muchas veces es tentada a mirar a todos menos a sí misma para explicar el problema. No obstante, siempre debemos empezar haciendo un examen objetivo de nosotros mismos y debemos estar dispuestos a cambiar todas las deficiencias que tengamos.
La importancia del simple acto de preguntar
Hay una historia sobre tres hijos que salieron del hogar para hacer sus fortunas y les fue muy bien. Cierto día, los tres hermanos competitivos se reunieron para hablar sobre los regalos que habían dado a su madre anciana.
-Yo mandé construir una casa grande para ella -dijo el primero.
-Yo Ie conseguí un Mercedes Benz con chofer -comentó el segundo.
-Yo les gano a los dos -dijo el tercero-. Ustedes saben cómo mamá disfruta el leer la Biblia, y también saben que ella no puede ver muy bien. Bueno, pues yo Ie mandé un loro que puede recitar toda la Biblia. Doce monjes en un monasterio tardaron doce años en enseñarle. Tuve que prometerles que contribuiría con cien mil dólares al año durante diez años para que lo entrenaran, pero valió la pena. Ella solo tiene que nombrar capítulo y versículo, y el loro lo recitará al instante».
Poco después, la madre envió sus cartas de agradecimiento. Escribió al primer hijo: «Milton, la casa que construiste es inmensa. Vivo en un solo cuarto, pero me toca limpiarla toda». Le escribió al segundo: «Martin, ya estoy muy anciana para viajar. Me quedo en casa todo el tiempo, así que nunca uso el Mercedes. Además, ¡el conductor es muy antipático!» Su mensaje para el tercer hijo tuvo un tono más suave: «Querido Melvin, tu fuiste el único que tuvo la sensatez suficiente para darle gusto a tu mamá. El pollo estuvo delicioso».
Muchos conflictos y problemas innecesarios se podrían evitar si procuramos identificarnos con el punto de vista de los demás. ¿Por que? Porque al mostrar interés, las personas sabrán que te identificas con ellas, pero sobre todo entenderás todo el contexto para actuar con diligencia. A veces la mejor manera de lograr esto es a través del simple acto de preguntar.
La importancia de invertir tiempo en nuestro crecimiento
Había una vez un joven leñador que llegó a un bosque con la intención de demostrar que era el más fuerte y el mejor. En su primer día, vio a un leñador mayor y más experimentado. El joven, lleno de orgullo y confianza, desafió al leñador mayor a una competencia para ver quién podía cortar más árboles en un día.
El leñador mayor, tranquilo y sabio, aceptó el desafío. Al amanecer, ambos hombres comenzaron a cortar árboles con todas sus fuerzas. El joven leñador trabajó sin parar, sin tomar descansos, mientras que el leñador mayor parecía tomarse un breve descanso cada hora.
Al final del día, ambos hombres contaron los árboles que habían talado. Para sorpresa del joven leñador, el leñador mayor había cortado significativamente más árboles. Frustrado y confundido, el joven leñador preguntó: “¿Cómo es posible? Vi con mis propios ojos que te tomabas un descanso cada hora, mientras yo trabajaba sin parar”.
El leñador mayor sonrió y le respondió: “Joven, cada vez que me veías descansar, en realidad estaba afilando mi hacha. Una hacha afilada puede cortar mucho más rápido y eficientemente que una hacha desafilada”.
La historia señala la importancia de la preparación y el desarrollo personal. En nuestro deseo de producir y rendir al máximo, a menudo nos olvidamos de “afilar nuestra hacha”, es decir, invertir tiempo en nuestro propio aprendizaje, crecimiento y rejuvenecimiento. Al hacerlo, podemos ser mucho más eficientes y eficaces en nuestro trabajo.
La aceptación del fracaso es el primer paso para crecer
Hay una historia de un zorro hambriento que vaga por el bosque en busca de comida. Mientras camina, ve un viñedo y nota un racimo de uvas maduras y jugosas colgando de una vid alta. Las uvas parecen deliciosas y el zorro decide que serán el complemento perfecto para su comida.
Con determinación y entusiasmo, el zorro intenta saltar y alcanzar las uvas, pero no tiene éxito en su primer intento. No se desanima y lo intenta de nuevo, saltando más alto cada vez, pero a pesar de sus mejores esfuerzos, las uvas siguen estando fuera de su alcance.
Finalmente, después de muchos intentos infructuosos, el zorro se rinde. Camina con el rabo entre las patas, pero antes de irse, se da vuelta y mira con desdén a las uvas inalcanzables. “¡Bah!”, exclama el zorro. “Estoy seguro de que esas uvas están agrias de todos modos. No las quería realmente”.
En la historia, el zorro no puede admitir su fracaso, por lo que convence a sí mismo de que realmente no quería las uvas, a pesar de que había demostrado claramente lo contrario con sus acciones. Esta fábula es una lección sobre cómo a veces, en lugar de admitir nuestras fallas y aprender de ellas, podemos caer en el engaño de despreciar lo que no podemos alcanzar, justificando nuestro fracaso con excusas y racionalizaciones.
El verdadero compromiso
¿Cómo definimos el verdadero compromiso? Así fue como lo definió Hernán Cortés. En 1519, con el apoyo del gobernador Velásquez, de Cuba, Cortés navegó desde Cuba hacia México con el fin de lograr riquezas para España y fama para él. Aunque sólo tenía treinta y cuatro años, el joven capitán español había preparado su vida entera para esto.
Pero los soldados a sus órdenes no tenían el mismo compromiso. Después de tocar tierra, oyó que sus marineros se querían amotinar y regresar a Cuba con las naves. ¿Cuál fue su decisión? Quemó las naves.
¿Hasta dónde estamos comprometido con algo? Lo estamos totalmente, o ¿estamos listo para dar un paso atrás cuando las cosas empiecen a ponerse difíciles? Si es así, quizás necesitemos quemar una nave, o dos. Recordemos, no hay tal cosa como campeones indiferentes.
La importancia de reconocer el trabajo de otros
Cierto día, un capitán de barco y su rudo jefe de ingenieros conversaban. Empezaron a discutir sobre quién era más importante de los dos para que el barco navegara. Como la discusión se tornó acalorada, el capitán decidió que por un día que cambiarían de trabajo. El jefe de ingenieros estaría en el puente de mando y el capitán en la sala de máquinas.
A sólo unas pocas horas de haber iniciado el experimento, el capitán salió de la sala de máquinas. Venía sudado y sus manos, su cara y su uniforme estaban llenos de grasa y aceite.
«Jefe», le dijo, «creo que tiene que venir a la sala de máquinas. No puedo hacer que los motores anden».
«Por supuesto que no puede», le dijo el jefe de ingenieros. «Acabo de encallar el barco».
Muchas veces subestimamos el trabajo y la competencia de cada una de las personas con las que trabajamos, incluso hasta desprestigiamos lo que hacen, pero es cuando nos llega la oportunidad de hacer lo que ellos hacen que retrocedemos a lo que esta frente nuestro, que regresamos a reconocerlo.
No nos tomemos todo con demasiada seriedad, ¡disfrutemos!
Hay una anécdota sobre tres hombres de negocios que comparaban ideas acerca de lo que significaba tener éxito.
—Diría que lo alcancé—dijo el primero—, si fuera llamado a la Casa Blanca para una entrevista personal y privada con el presidente de los Estados Unidos.
—Para mí—dijo el segundo—, el éxito sería estar reunido con el presidente en el Salón Oval, que suene el teléfono para emergencias y ver que el presidente lo ignora.
—No, los dos están equivocados—dijo el tercero—. Eres un éxito si estás en una consulta privada con el presidente, suena el teléfono de emergencias, él lo levanta y dice: «Es para usted».
El problema de muchas personas es que tomamos todo demasiado en serio. Pensamos del éxito en la misma forma que las personas de la anécdota, y sufrimos demasiado en el proceso. Pero el éxito depende más de su actitud que de lo importante que pensamos que somos. La vida debería ser divertida. Aun si nuestro trabajo es importante y debemos tomarlo en serio, eso no significa que no tomemos todo tan en serio. Iremos más lejos en la vida y la pasaremos mejor si al hacerlo mantenemos un buen sentido del humor, especialmente cuando se trata de nosotros mismos.
El miedo nos paraliza
Hay una historia sobre una pareja que estaba acostada en su cama tarde en la noche. El marido estaba completamente dormido hasta que la esposa le golpeó las costillas diciendo:
—Burt, despierta. Hay un ladrón abajo. Burt, despierta.
—Ya está, está bien— dijo Burt mientras se sentaba a la orilla de la cama y buscaba sus zapatillas por lo que le parecía ser la vez número diez mil. —Estoy levantado—. Entonces tomó su bata, caminó soñoliento hacia el corredor y luego bajó las escaleras. Cuando llegó al último escalón, se encontró mirando el cañón de un arma.
—¡Quieto allí, compadre!— dijo con firmeza una voz que salió de detrás de una máscara de esquiar—. Muéstrame dónde están tus artículos de valor.
Burt lo hizo. Cuando el ladrón tuvo llena su bolsa y se aprestaba a retirarse, Burt le dijo:
—Espera—. ¿No podrías ir a conocer a mi esposa? Ella te ha estado esperando por más de treinta años.
El temor, sobre todo el temor a fracasar todo el tiempo, es un interés que se paga por una deuda que no tenemos. Antes de dejar que el miedo nos paralice, enfoquémonos en lo que sí podemos hacer. Como dijo el el ex entrenador de baloncesto, John Wooden: «No permitas que lo que no puedes hacer interfiera con lo que puedes hacer».
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Para seguir aprendiendo sobre liderazgo
El éxito y el liderazgo te pertenecen por derecho. No importa el lugar que ocupes en el organigrama o cuáles sean tus circunstancias personales, estos libros te enseñan a apoderarte de tu fuerza extraordinaria. Be‧Líder recomienda los 10 mejores libros sobre liderazgo:
- Como ser un líder – Daniel Goleman
- Cómo ganar amigo e influir sobre las personas – Dale Carnegie
- Las 21 leyes irrefutables de liderazgo – John C. Maxwell
- Cómo ganarse a la gente – John C. Maxwell
- Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva – Stephen R. Covey
- Inteligencia emocional – Daniel Goleman
- Las 48 leyes del poder – Robert Greene
- Liderazgo: el poder de la inteligencia emocional
- El líder que no tenía cargo – Robin Sharma
- Las 21 cualidades indispensables de un líder- John C. Maxwell